Que difícil es simplificar las circunstancias en nuestra vida.
Tratamos de traer a piso y ver algo que tiene infinitas variables en un sólo paquete fácil de resolver. Como si fuesemos capaces de mirar la curvatura de la tierra desde el jardín de nuestras casas. Lo peor, es que así lo creemos.
No sé si la solución es intentar poner las cosas en perspectivas y al menos poner sobre la mesa las variables con las que si tenemos cierto alcance, y que al menos creemos que podríamos manejar. La verdad, es que creo sentirme escalando el monte Everest y contigo al otro lado.
Partimos escalando suave. El paisaje era hermoso, el día templado y las dificultades prácticamente inexistente. Parecía que iba a ser un paseo sin demoras. Cada paso era algo nuevo... algo que nunca habíamos hecho. Todos los descubrimientos nos gustaban, salvo uno que otro tropiezo en una piedra escondida, pero siempre estaba tu mano o la mia para darnos alcance el uno al otro y con una sonrisa impulsarnos a seguir.
Cuando ya habíamos dejado la base de la montaña y el terreno se hizo más complicado, seguimos sin encontrar problemas. Lo que habíamos vivido y sentido en los primeros centenares de metros de escalada nos ayudaron a cojer experiencia. Pareciamos preparados para cualquier cosa. Dabamos cada paso hacia adelante con más seguridad, siempre viendo que el otro estaba dando el paso justo al lado, con el mismo ritmo, con la misma fuerza... con las mismas ganas. Ibamos a paso firme, nada parecía detenernos.
De pronto, la cuesta cambió radicalmente. El paisaje seguía siendo igual de bello, pero ya no lo notabamos tanto. Más era la preocupación de que camino tomar. Tu querías un camino, yo quería el otro. Ambos nos sentíamos con más confianza con nuestros propios cálculos... ¿Cómodos quizás? Pero no nos queríamos separar. Sabíamos que la fuerza para llegar a la cima la teníamos en conjunto, que quizás por caminos apartes, aunque se juntaran más adelante, uno podía dar pie atras. Retroceder para nunca volver. Pero como siempre, nos aferramos a la esperanza. De que incluso estando aparte, el conocimiento y experiencia que nos habiamos transmitido entre nosotros iban a ser capaces de acompañarnos en la soledad. Así fue... al comienzo.
En tu camino, te asaltaron las dudas, creiste que no podrías llegar. titubeaste y te costó caro. Un desfiladero te tomó desprevenida y caiste. Tanto tu como yo pensabamos que ya había llegado tu fin. Con suerte podrías descender a la base, pero para nunca más volver. Escalando un monte diferente, uno que ya habías vivido aunque te dieras cuenta que no era lo que querías.
La verdad, es que hasta el día de hoy no sé como escuché tu grito. No sé como supe donde estabas, en que estabas o en que desfiladero habías caído. Sólo tenía la sensación de que algo grave te había pasado. Te fui a buscar, hasta que te encontré. Estabas mal herida, tanto física como animicamente. Lo peor, era el ánimo. No querías subir más, para ti todo había terminado, el camino ya sólo podía ser para descender, aunque significara perder todo lo que habíamos logrado. Irónicamente, cuando te fui a buscar, yo quedé más herido, entre el apuro y la torpeza de la búsqueda. Pero me acerque a ti lentalmente, te volví a mostrar toda la belleza que nos esperaba en la cima. Te hice ver que toda la experiencia que habías ganado en el camino no era en vano, habíamos ido armando tanto tus habilidades como las mías para escalar. Estabamos lejos de ser expertos, pero ya eramos capaces de llegar lejos. Poco a poco te levantaste y aunque hubo que esperar varios días y hasta semanas para que te recuperaras. Para que tus piernas y brazos nuevamente fueran capaces de aferrarse a las rocas y seguir cuesta arriba. Pero más aún, que tu cabeza acompañara a tu cuerpo y se decidiera darse cuenta que eras más capaz de cojer y aferrarte a esa roca.
Así comenzamos a subir, aunque nuevamente, tu por tu camino y yo por el mío. Salvo que esta vez, con puntos de encuentro cada vez más cercanos. Todo parecía ir perfecto. Estabamos comunicados continuamente a la distancia, dandonos fuerzas para seguir. Tu escalabas cada vez con más fuerza y poco a poco fuiste sacando ventaja y acercandote más que yo a la cima. Yo sin darme cuenta y cegado por la inseguridad y falsa valentía, creí estar al mismo nivel que tú. Pero me equivoque. Más que quedarme atrás, sin darme cuenta, estaba cayendo lentamente. Daba un paso pero me resbalaba 5 al mismo tiempo. Hasta que me tocó caer, pero lo peor, es que no grité. Tu nunca supiste que yo caí. Sólo la fuerza y el saber que tu seguías escalando me dió la fuerza para levantarme. Coger fuerzas y comenzar a subír más rapidamente. Las heridas las tenía abiertas, por lo que aunque creía estar cada vez mejor, me desangraba lentamente. Pero seguía subiendo, cada vez con más seguridad y más fuerza.
De pronto nos topamos en el camino, tu viste mis heridas. Te quedaron claras ante tus ojos y yo por miedo y cobardía las escondí. Aunque ya no había vuelta, habías visto mis heridas. Al caer en cuenta, caí más fuerte que nunca y quedé pendiendo sobre una roca, esperando que un sólo suspiro de viento me empujara para hacerme caer hasta lo más profundo del valle. Tu me miraste y no sabías si estabas sufriendo más por mi egoismo de no gritar o bien por no haberte mostrado las heridas. Sabías que podías intentar salvarme, pero no veías la luz. Un paso en falso e ibas a caer de nuevo. Sólo querías descender, terminar con esta escalada que ahora sólo parecía una jugarreta del destino donde la belleza de lo que viste en el camino sólo estaba tapada con negros pensamientos de aquellos pocos eventos, pero suficientes para enegrecer tu espíritu y energía.
Algo te hizo cambiar, aunque aún con la negrura en el corazón y la sensación de que ambos ibamos a caer. Algo te hizo acercarte y arrodillarte junto a mi. Me miraste a los ojos como pidiendo una explicación. Mi rostro transmitía solución, pero tu no la veías, sólo mirabas mi precaria situación y aquellas heridas abiertas.
Los días pasan y el abrigo nos mantiene, mis heridas comienzan a cerrar, pero seguimos en el mismo pico de montaña. Cada día mis brazos y piernas se hacen más fuertes, pero aún no son capaces de emprender el camino. Tu miras hacia arriba y con dificultad ves la cima, pero está ahí... a lo lejos. Hacía abajo, ves claramente la base de la montaña. Siempre el descenso es más rápido y fácil. Además que lo tienes frente a tus ojos y muy despejado.
Sólo queda ver si decides seguir escalando lo poco que queda de montaña, aunque sea la parte más complicada y donde más experiencia necesitamos. Aunque díficil encontrar una situación más dificil que las que pasamos.
O ir hacía abajo, suavemente deslizandote por las rocas...
Sólo queda ver que decides...
Sólo queda ver que decides...